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“ que de esta rama, como de tantas otras, tenía el Dr.
CUENTOS
Luján. Disertó sobre San Agustín y Tomás de Aquino
con una fluidez que envidiarían los mejores maes-
Desde hacía cuatro meses
tros de la universidad. Esta charla denotó el agnos-
ticismo y el ateísmo del doctor y la férrea defensa del
que sucedían extraños
poder de la ciencia sobre la fe.
asesinatos en la ciudad, y
que la hija de la familia
”
no le di relevancia, al que se decía sobrino del doctor
Escandón había sido Esa noche también conocí, aunque en ese momento
Luján, Alberto, un muchacho de no más de 16 años,
amenazada por un anciano pero que, no sé por qué designios de Dios, parecía
alguien de más de 30… con los conocimientos de un
de aspecto desagradable experimentado cirujano. Conocimientos que demos-
tró cuando sufrí un accidente esa misma noche, y se
desenvolvió como todo un experto.
intrigó por su naturaleza y que parecía un juego del
destino a través de aparentes coincidencias. Desde
hacía cuatro meses que sucedían extraños asesina-
tos en la ciudad, y que la hija de la familia Escandón
había sido amenazada por un anciano de aspecto
desagradable, lo que la había llevado a un estado de
angustia que la conducía a una locura irremisible. Al
mes, apareció en la vida de los Escandón un doctor
casi milagroso, con su sola presencia logró curar a
Elizabeth y enamorarla hasta convertirla en su pro-
metida: el doctor Luján, Luis Luján».
Sí, esa noche lluviosa empezaba un relato al que no daba
crédito y que atribuía a la imaginación del sacerdote, quien,
por su magnífica capacidad de deducción, había colabora-
do muchas veces con las investigaciones de la Policía en los
más complejos casos. Continuaba el diario…
«Por la intensidad de la lluvia, y mi condición de sacer-
dote, Gerardo Escandón me invitó a pasar la noche
en su vieja casona, lo que acepté con agrado, pues mi
objeto no era otro que el de conocer al extraño doc-
tor y las circunstancias misteriosas que lo envolvían.
Aunque Elizabeth, la hija, estaba fuera de la ciudad,
tuve oportunidad de entablar mi primer encuentro
con el personaje de mis preocupaciones y mi curio-
sidad de investigador.
En la cena nos conocimos, cruzamos frías miradas
mientras comíamos. En los primeros minutos adver-
tí la sagacidad y fino humor del Dr. Lujan. Al final de
la cena sostuvimos una rápida plática teológica, a
través de la que me percaté del amplio conocimiento
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