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CUENTOS


             Durante los días que si-     las sospechas de algo enigmático. Tenía que descubrir la esencia de esas palabras:
              guieron  a mi  accidente    “desgaste, transformación”. Pero la Providencia me había dado la oportunidad de
              y gracias  a que seguí      mirar esa escena que marcaría mi profunda convicción de que algo estaba en lucha:
              como invitado en la         el bien contra el mal, la fe contra la ciencia, la bondad contra la maldad.
              casa, descubrí  que  Al-
              berto se había enamo-       Los preparativos para la boda entre Elizabeth y el doctor seguían, y yo me había
              rado de Elizabeth y se      convertido en visitante asiduo de la casona. Cierta tarde tuve la oportunidad de que-
              confrontaba con su “tío”.   darme a solas con Alberto, aunque quiso rehuir del encuentro, no pudo hacerlo a
                                          la sombra de mis miradas inquisitivas. Mientras transcurría la charla, Alberto fue
             Cierta noche, mientras       develando algunas de mis sospechas: Ni el Dr. Luján ni él eran lo que decían ser, pa-
              paseaba por los amplios     recía que sus verdaderas identidades se escondían bajo un indecible antifaz.
              jardines de la casona, di-
              visé al Dr. Luján y a su so-    Cuando mencioné las sospechas, Alberto pareció entrar en compulsión, en un con-
              brino discutiendo altera-   flicto moral, en una lucha interna que daba el momento propicio para que aflorara
              damente. Al acercarme,      la verdad.
              noté algo extraño: el Dr.   —Déjeme, padre, déjeme. Váyase, no podrá descubrir nada. Nadie podrá arrancar el anti-
              Luján parecía ahogarse,     faz porque es imposible de arrancar... nadie, nadie, porque el antifaz es la carne misma.
              dando horribles gemidos
              parecidos a una frase “el     ¿Acaso ese antifaz de carne, aquella transformación, no era sino el antifaz de la falsa
              desgaste, el desgaste ha    juventud?, ¿pero cómo probar esta peregrina idea?
              vuelto, no quiero enveje-
              cer… la transformación”.   —¿Es eso, Alberto, es eso? —espeté al muchacho.
              Regresó a la casona, des-    En ese preciso instante entraron sonrientes el doctor junto a su prometida… Me di
              compuesto, fuera de sí,     cuenta de que había cometido una imprudencia, una imprudencia que ponía en
              presa de la mayor agita-    riesgo mi propia vida.
              ción; mientras a Alberto
              le  sucedía algo  similar,
              corría sin sentido en la
              misma dirección en la
              que me encontraba, cho-
              camos y no pude dejar de
              notar un extraño rictus
              de envejecimiento en su
              rostro juvenil… “la trans-
              formación, la transfor-
              mación”, repetía.
             La pierna rota me  im-
              pidió  seguirles con la
              prontitud que  necesita-
              ba en esos momentos,
              pero pude  llegar  a  la
              casona, y al  empezar  a
              subir  con  dificultad  las
              escaleras que llevaban a
              las habitaciones, los dos
              personajes bajaron apa-
              rentando  normalidad.
              Pero en  mi  mente  no
              dejaban de revolotear


                                                                                 FUNDACIÓN HISPANOAMERICANA   37
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