Page 37 - REVISTA HISPANO #45_B18_Digital
P. 37
CUENTOS
Durante los días que si- las sospechas de algo enigmático. Tenía que descubrir la esencia de esas palabras:
guieron a mi accidente “desgaste, transformación”. Pero la Providencia me había dado la oportunidad de
y gracias a que seguí mirar esa escena que marcaría mi profunda convicción de que algo estaba en lucha:
como invitado en la el bien contra el mal, la fe contra la ciencia, la bondad contra la maldad.
casa, descubrí que Al-
berto se había enamo- Los preparativos para la boda entre Elizabeth y el doctor seguían, y yo me había
rado de Elizabeth y se convertido en visitante asiduo de la casona. Cierta tarde tuve la oportunidad de que-
confrontaba con su “tío”. darme a solas con Alberto, aunque quiso rehuir del encuentro, no pudo hacerlo a
la sombra de mis miradas inquisitivas. Mientras transcurría la charla, Alberto fue
Cierta noche, mientras develando algunas de mis sospechas: Ni el Dr. Luján ni él eran lo que decían ser, pa-
paseaba por los amplios recía que sus verdaderas identidades se escondían bajo un indecible antifaz.
jardines de la casona, di-
visé al Dr. Luján y a su so- Cuando mencioné las sospechas, Alberto pareció entrar en compulsión, en un con-
brino discutiendo altera- flicto moral, en una lucha interna que daba el momento propicio para que aflorara
damente. Al acercarme, la verdad.
noté algo extraño: el Dr. —Déjeme, padre, déjeme. Váyase, no podrá descubrir nada. Nadie podrá arrancar el anti-
Luján parecía ahogarse, faz porque es imposible de arrancar... nadie, nadie, porque el antifaz es la carne misma.
dando horribles gemidos
parecidos a una frase “el ¿Acaso ese antifaz de carne, aquella transformación, no era sino el antifaz de la falsa
desgaste, el desgaste ha juventud?, ¿pero cómo probar esta peregrina idea?
vuelto, no quiero enveje-
cer… la transformación”. —¿Es eso, Alberto, es eso? —espeté al muchacho.
Regresó a la casona, des- En ese preciso instante entraron sonrientes el doctor junto a su prometida… Me di
compuesto, fuera de sí, cuenta de que había cometido una imprudencia, una imprudencia que ponía en
presa de la mayor agita- riesgo mi propia vida.
ción; mientras a Alberto
le sucedía algo similar,
corría sin sentido en la
misma dirección en la
que me encontraba, cho-
camos y no pude dejar de
notar un extraño rictus
de envejecimiento en su
rostro juvenil… “la trans-
formación, la transfor-
mación”, repetía.
La pierna rota me im-
pidió seguirles con la
prontitud que necesita-
ba en esos momentos,
pero pude llegar a la
casona, y al empezar a
subir con dificultad las
escaleras que llevaban a
las habitaciones, los dos
personajes bajaron apa-
rentando normalidad.
Pero en mi mente no
dejaban de revolotear
FUNDACIÓN HISPANOAMERICANA 37

