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ESCRITOR INVITADO


            con todas esas butacas, había un entablado flotante sobre   que había levantado el portal avanzó por el pasillo de entra-
            aquella cama de nubes aglomeradas. Ingresé temerosa-  da con un traje blanco y sobrio. Se paró en el centro del es-
            mente por el pasillo central, que permanecía despejado por   cenario y empezó a cantar en una lengua incomprensible;
            completo. Pretendí ver más de cerca los objetos que se mos-  aquella voz era más sublime que todos los demás sonidos.
            traban en pie, incitantes, casi golosos, sobre el enigmático   Los instrumentos acataron esa majestuosa belleza y ate-
            escenario. La silueta más grande resultó ser un piano azul   nuaron su volumen para destacarla a ella.
            con patas de elefante. De su enorme corpulencia emanaba el
            olor exquisito que tiene la confitería a la entrada de los circos.   Mientras cantaba, la señora me contemplaba cariñosa-
            Quise pulsar sus teclas, pero, justo cuando iba a intentarlo,   mente. Y por más que sus palabras me resultaran indesci-
            un brazo largo y esquelético se colocó sobre mi hombro.  frables, entendía con plena claridad la dulzura que había
                                                                en sus ojos. Esa mirada se me hacía familiar. De pronto, la
            Mi corazón pegó un salto bestial y me estremecí de espan-  señora me convidó hacia ella con una sonrisa y yo acudí,
            to. Di una rápida zancada hacia atrás, temblando. Descubrí   confiada, como si caminara a partir de un pacto secreto.
            entonces algo que me permitió recobrar un poco del sosiego   Entonces, me ofreció el micrófono que tenía entre sus ma-
            perdido: lo que acababa de tocarme era uno de esos arcos con   nos. Se lo recibí más por cortesía que por otra cosa, no tenía
            que se frotan los instrumentos de cuerda. Noté que ahora se   ni idea de qué iba a hacer con él. Súbitamente, el aire em-
            deslizaba por el aire, con dirección al gran contrabajo que   pezó a poblarse con unos copos de luz, menudos, de colores
            vigilaba todo desde un rincón. Cuando lo tuvo cerca, el arco   brillantes, que flotaban y danzaban a mi alrededor. La se-
            ejecutó sobre aquellas cuerdas robustas una armonía exqui-  ñora me miró y asintió con amabilidad.
            sita, de notas glisadas y cadencia feliz. Me sorprendí al escu-
            char que, desde el centro del escenario, el piano le respondió   Pensé que esos copos eran como pompas de jabón, y se
            con una melodía sencilla pero contagiosa.           me ocurrió soplarlos para juguetear con ellos, pero lo que
                                                                salía de mi boca eran vocablos enigmáticos, palabras que
            Hasta ese momento, no había pensado en la naturaleza de   entonaban a la perfección un canto desconocido. Observé
            los otros objetos que se hallaban sobre el entablado, pero   la complacencia de la señora, así que proseguí con más fer-
            las fantásticas notas de una trompeta me ayudaron a salir   vor aún, hasta concluir aquella canción. Tan pronto como
            de cualquier duda: eran cencerros, timbales y unos plati-  terminé, el micrófono emprendió una metamorfosis veloz:
                  “                                             nómeno me sobrecogió y creo que, en ese momento, perdí
            llos que esporádicamente sobresaltaban la escena. Lo que   fui notando cómo se transmutaba en una suave materia
            vino a continuación me deslumbró todavía más. La señora   vegetal, cómo tomaba una forma que se parecía mucho a
                                                                la de un clavel blanco. La impresión de presenciar aquel fe-

                                                                el sentido.
                    Mientras cantaba, la
                                                                Ignoro cuánto tiempo transcurrió. Al abrir mis ojos de nue-
                    señora me contemplaba
                                                                vo, reconocí que estaba otra vez en la sala y detecté que el
                                                                bafle había recobrado sus dimensiones habituales. Desde
                    cariñosamente. Y por

                    más que sus palabras me
                                                                hacia allá lentamente, presa del temor y de la curiosidad,
                                                                con el clavel blanco entre mis manos. Justo en ese momen-
                    resultaran indescifrables,                  la antecámara me llegaba un murmullo nervioso. Me dirigí
                                                                to, mi hermano Rubén había venido a buscarme. Cuando
                    entendía con plena                          me topé con él, le noté una cara de tristeza que no le cono-
                                                                cía: me tomó de una mano y así, juntos, ingresamos a la ha-
                    claridad la dulzura que                     bitación de nuestra abuela Cecilia. Me acerqué a su cama

                    había en sus ojos. Esa                      para entregarle el clavel, pero cuando se lo ofrecí, ella me
                                                                regaló una leve sonrisa:
                    mirada se me hacía                            —Ese es para ti, mi niña, quédate con él —me dijo en un
                    familiar.             ”                         susurro y se durmió.







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